Carta. Hasta luego.
Te permití que me conocieras. Me aferré a la idea de que, si te contaba, si me sinceraba, sí teníamos comunicación, estaríamos en el mismo camino. Me equivoqué. No estamos en el mismo camino, y no tengo idea de si alguna vez lo estaremos, pero me queda claro que no quieres que lo esté porque tus palabras ya no están respaldadas por tus acciones. Ahora son distintas versiones, confusas y claras a la vez. Transparentes como el filo de una daga, no como el agua: pura y tranquila, sino lista para apuñalar.
Quisiera defenderte, pero no puedo. No me lo permito. Ya pasé por esto y lo sabes, te lo conté, y aún así lo hiciste. La diferencia es que yo cambié. Me duele y me dolerá un tiempo, pero sé que estaré bien y no me voy a permitir lastimarme. Esta vez, mi brillo se quedará conmigo. Tal vez sea tenue, pero no se irá; se quedará conmigo, al igual que Dios, porque Él es quién me sostiene, quién me da la fuerza. Estoy protegida bajo su resplandor. Su palabra es mi camino y guía.
Si no quieres seguir, si decides verme, agachar la cabeza y actuar como si no nos conociéramos, está bien. Yo sí dejé que me conocieras, y quiero creer que te conocí, aunque ahora no lo hago. No lo hago, y no sé por qué. Pero ya no preguntaré más. Ya te dije todo lo que tenía que decir e hice lo que tenía que hacer. Está bien si quieres que me vaya, porque al final no me quedaré donde sé que soy un "tal vez", un "después", cuando para mí, eras un "ahora".
Y me pregunto si realmente te conocí o si solo fue una idea. Tengo muchas emociones encontradas, pero también límites conmigo misma que cumpliré. Y, aún así, tengo la corazonada de que algún día nos volveremos a ver. No sé cómo, ni cuándo, ni por qué, y a lo mejor me equivoco, pero si sucede, deseo que para entonces realmente sepas quién eres tú.
-Layla.


0 comentarios